domingo, 9 de diciembre de 2012

Pica pero no rasca


Te tumbas en el sofá algo desorientado y observas más allá de la ventana el sutil movimiento de las ratas voladoras. Ahí están, sobre el faro, atiborradas de mugre y despojos de una civilización que ha quedado sin aliento. Tal vez conspiren a través del diálogo binario y esperen el momento adecuado para descargar las protocolarias consecuencias de una mala digestión.

Alcanzas un par de mandarinas, dispuestas ya sobre la mesa. Las hueles, sólo hace falta olerlas para saber si están dulcemente maduradas o si contribuirán a añadir dosis de acidez al posterior proceso gástrico. Te lo tomas con calma, no vaya a ser que hinques demasiado la uña mil veces masticada en la epidermis de la fruta y le causes un boquete. No, tú la quieres intacta. Empiezas a descortezar la primera. Poco a poco y sin apartar la mirada de ella. Los ojos bien abiertos, concentrado para no despedazar la fibra. El olor se hace cada vez más evidente. Ya sólo queda arrancar uno de los dos polos pero te precipitas demasiado al intuir  el saboreo. Ejército de navajas opacas, la ola crispada que nace y busca muerte directa en la panorámica atenta, te asestan un golpe totalmente inesperado. Dos microsegundos fueron los que te advirtieron. Lo que fue museo en un instante aterriza en los ojos. Escuece, mucho. Y no sabes, mientras abres y cierras las persianas en movimiento mecánico, si maldecir, consumir, o lanzársela a la maldita paloma.

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