jueves, 27 de septiembre de 2012

Macbeth regresa a Roma


A su designio avanza como espectro. 

No veía principios, medios o finales. No era tanto el miedo, no sentía miedo, no sentía, absolutamente. Nada. Sus inertes sentimientos se mezclaban entre graves y agudos. Eco de un pasado impronunciable, dejándose arrastrar por la mediocridad de lo cotidiano. Desarmado por la insipidez movida entre sombras, que, irónicamente, resultaban más estremecedoras en horas de luz. 
Hasta que el sueño, llegaba. 

El escarnio silencioso ante el reflejo al levantarse. Untar con pasta dentífrica el cepillo, todo un reto. Sabor a menta que producía el resurgir matutino de la tan esperada soledad. 

Fue en una noche de un martes ya entrado el mes de mayo, del mil nueve noventa y uno, cuando recordó, antes de caer rendido, ante la espera de aquella muerte placentera que nos llega a todos al meternos en el sobre, lo que le dijo su padre al cumplir trece años. 

-¿Sabes para qué sirven los ríos?
-Para nadar, papá.
-Sí hijo, para nadar. Pero sobre todo, los ríos son un canal. Permiten transportar... qué se yo, medicamentos, así como, cargamentos de pasta dentífrica, tomates, melones, hasta casas enteras. ¿Me entendés?, todo lo que puedas imaginar. 
-Ya veo.
-Viste, a lo que iba... Que los ríos son un canal...

El viejo, agarrándolo con firmeza por el hombro le invitó a pensar, a armarse de una madurez inmadura, primaveral, fresca. Los ojos, pozos de sabiduría eterna, buscaban amarre en los del niño. Pero en los años posteriores a aquél encuentro, fueron las irregularidades, el vivir desmesurado, la plata fácil y las ansias de coger, las que mandarían al pibe a cagarla. 

-¿Y?
- Y que, cuando estés enojado con el mundo, cuando tu sombra te de la espalda, o quieras botar todo con la zurda, acércate a la orilla y expulsa tus miedos, tus tristezas, las riñas con la mina, y verás, tan pronto como las corrientes no paran nunca, que la tranquilidad y el desapego de las pasiones sustituyen todos tus males.

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