viernes, 4 de mayo de 2012

Twins, Twice


Twins, Twice

Hoy he fumado demasiado. Últimamente fumo demasiado.  Cigarrillos de liar, compactos, de un tabaco especialmente húmedo que embuto en finas hojas de papel blanco. Boquilla gruesa. Cada vez me salen mejor. Parecen liados a máquina. Me gusta que mi tabaco sea estético. Elegante. Se que nada más encenderlo se va a consumir, arderá de forma inevitable calada tras calada y todo el esfuerzo desaparecerá; pero que coño. Me gusta verlo, recto y perfecto, antes, durante y saber, cuando ya solo sea ceniza, que lo que acaba de envilecer mis pulmones era un cigarro perfectamente liado. Sabe mejor. Probablemente también mate mejor. Lo leía hoy en uno de los paquetes: Boquilla grande, igual a más alquitrán; boquilla pequeña igual a menos alquitrán. Tiene su lógica. ¿Quién en su sano juicio ingiere alquitrán? En mi caso la respuesta es obvia: Adoro el envoltorio. Juro que si el tabaco fuera feo no fumaría. Pasarme al de liar fue casi un reto para crear, con mis propias manos, algo similar a lo que modistos de la talla del Sr. Winston o Mr. Marlboro confeccionan para las veinte damas de cada paquete. Todavía no he llegado al extremo de firmar ninguno, me parece un exceso de soberbia, aunque debo confesar que el impulso ha surgido en alguna ocasión ¡Que cigarro!, el cigarro el de aquel día. Ella también fuma. Pero la forma le da igual. Boquilla pequeña. A mi gusto ridículamente pequeña. Papel transparente. Pobre tabaco, se le ve todo. Marrón. Viejo y feo. Lo ha liado rápido, por vicio, sin contemplaciones. No le ha dedicado más que unos pocos segundos a todo el proceso. El resultado es un esmirriado al que le sobra parte de papel en la punta por falta de contenido. Lo arranca. Ahora es más corto y feo si cabe. Es casi grotesco como se consume. Arde hasta casi llegar al límite de lo fumable. Se apaga. Me coge el mechero y se lo vuelve a encender.

- No lo hagas – Le ruego, viendo que al encenderlo va a carbonizarse la uña -. Enciéndete otro pero no te fumes eso.

Al principio me mira con esa expresión tan suya que podría subtitular con un “Mira chaval…”, pero se lo piensa mejor. Sonríe y aplasta la boquilla candente en un lado del cenicero. Cuatro colillas. Tres suyas, una mía.

- Al final siempre será esto ¿Verdad? Tu y yo. Aquí, en tu terraza.
- Adoro esta terraza. Me gustan estos momentos.
- Son nuestros.
- Si. Al final siempre nos queda esto. Esta bien esto.
- ¿Y que es esto?
- Esto es lo que queda cunado los demás van y viene. Esto es lo que resta la mañana siguiente de que tu conozcas a alguien y yo me acueste con otra. 
- ¿Y que pasa cuando soy yo quien te come la boca?
- Pasa. Ya ha pasado. Volverá a pasar.
- Pero no me gustas. No eres para nada mi tipo.
- Ni tu el mío.
- No me podría enamorar de ti. Estoy segura. Ni creo que tu lo hicieras.
- Por eso no te preocupes. No me enamoraría de ti.
- Pero podríamos vivir juntos. Nos entendemos bien.
- Si. Seríamos una pareja de viejos entrañables. Cuando ya no prime el deseo y se nos haya olvidado que no nos gustamos, nos casaremos.
- Esta claro.
- Te quiero.
- Y yo a ti.

La miro. Fijamente. Le sonrío.

- No me mires así.
- ¿Cómo?
- Así. Ya sabes como. No empieces lo que no vas a terminar.
- Pero si no te gusto.
- Ya, pero te follaría. 

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