-¿Quieres que te diga la verdad?
-Quiero que me mientas. ¿Duermes?
-No.
La contradicción está servida. Hace tiempo que
intentas huir del sinsentido, pero te tiene acorralado, así que decides coger
las llaves, saltar a la calle, fundirte entre la multitud anónima y dedicar
sonrisas. ¡Qué fácil sería todo regalando sonrisas!, ésa mueca sencilla, sin
compromiso, sincera. Le sonríes al desconocido, y éste responde, comprende lo
incomprensible, pero responde. Al fin y al cabo, la complicidad se haya
escondida entre la sal y el azúcar.
-¿Me oyes?
-A veces, lo intento, pero te alejas.
-Cógeme la mano, quítate los zapatos y hunde los
pies en la orilla.
Así de sencillo. Lánzate, agóbiate, estremécete,
baila, pero no te rindas. Respira hondo y cálmate. Has llegado al portal,
fúmatelo y espera, te acompaña en silencio.
- Se acabó. Ya está. Deja de sentirte ajeno a la
realidad, olvídate de mí, pero sobre todo de ti.
-Pero, ¿y si no debería haber nacido ahora, en este
lugar, entre móviles, hipocresía y putería sin razón?
-Entonces, siempre huirás, porque el hoy es el reflejo
de ayer y mañana, mañana…Tu mundo no es lo que ves, es lo que eres. Pecas de
inconformista, búscate.
Quiérete un poco más y deja de joder, o al menos
jode a quien no se merece ser querido.
-¿Sigues durmiendo?
-Sí.
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