lunes, 26 de noviembre de 2012

Divendres o "Necessitat imperant d'aire"


N2. Els divendres comencen amb un altre ritme. La Capital està il·luminada d’una altra manera amb els primers rajos de sol. Travessen de punta a punta tot el rebedor, i es filtren per cada una de les les escletxes de la casa.
Llum, el color és llum. I un ventall de colors de saleta d’estar reboten cap a mil direccions. S’aixeca la pols de sobre la tauleta, i guspireja en mil partícules dançant a l’aire.
Sembla que per la Marina passi un cotxe menys que ahir, però la seva absència es fa notar de manera evident. La resta, circula amb més soltura, i fins i tot, la pausa verda del semàfor és més agradable pels vianants.

O2. Darrera la porta hi ha una maleta, plena del dia a dia. Del més personal, que em guarda del que encara ho és més. A dins però, en una part superior, n’hi ha un parell que fan olor a dijous, i un lleuger toc de diumenge dissimulat.
Teràpia de shock”, que s’afronta - depèn de la temporada - com es vol, o senzillament com es pot. S’ha de matar l’estona per arribar al migdia, perquè els divendres tenen un altre ritme.

Hi ha d’altres coses que comencen amb un altre tempo. Per això, experimentant a d’altres compasos, he posat una mica de química a una reacció inexplicable, plena de màgia. Ara, també fa olor a dijous, però ella diu que només està compost d’oxigen i nitrogen.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Bestia de Bardo

Bestia de Bardo.

Frágiles e inquebrantables, convulsos y fugaces. Arrebatadores astros de la noche. Y de la tarde. Y despuntar de sol de la mañana. Luz cautiva. Destellos en la oscuridad de la esencia primitiva. Yesca contra pedernal. Fuego. Pasión. Deseo. Entrega. Prisionero de tus brazos, adorador de tus piernas. Olor a fresa. A piel. A vaivén de vientre ondulante y caprichoso. Arcilla moldeada por cada caricia mía, por cada roce del pasado en el que prefiero no pensar. Artesano que forma y desfigura la carne que conforma tu ser. Cálido aliento al cobijo de mi oído, al que no le hace falta escuchar, que hoy se dedica sentir. Que ahora solo puede amar. Y ser amado. Y sentirse arropado por tu pelo y por tu mano. Falanges que recorren mi cuerpo. Que se aferran a una espalda que apenas cubre tu ser, segura de estar segura, entre unos hombros capaces de sostener el cielo mientras vivas bajo él. Y en la asfixia de mi pierna entre tus muslos, de mi cara en tu pecho, de tu boca en mi cuello; y tu nariz. Ahogada por el olor de la vida entre mis ojos. Y es la vida la que exige entonces detenerse, y se detiene, y te obliga a mirar de frente y no hacia otro lado. Y cae el frenesí. Pierdes la locura tratando de orientarte entre mis pecas y lunares; yo naufragio en cada pliegue que conforma tu mirada. La que yo te devuelvo y tu me das. Tallada día tras día a base de felicidad. De hacerte sonreír. Y llorar. Lagrimas que yo he besado. Pestañas y lagrimal. Y fuera hace frío. Y el mundo muere. Y la ciudad se hace con todas las almas callejeras que no encuentran cobijo y se arrastran, solitarias en busca de lo que tu y yo compartimos. Murió la excitación a manos de la ternura. Del no quererte aquí y ahora, o no solo; también mañana y dentro de media hora. Y de besarte la espalda al terminar. No quiero poseerte sino ser bestia de Bardo. Bestia al fin y al cabo. Penetrar en tus entrañas ya no buscando el placer propio, el egoísta. El que mata lo puro, el que asesina lo bello del sexo de entre tus muslos. Conciencia secreta, silencio no pactado. Te amo, como te amo, por ser esta la menor de las distancias que me separan de ti. Que jamás fuiste más tú que cuando yaciste conmigo. Que yo jamás fui mejor que al compartir esto contigo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Con los pies mojados no se puede amar


Con los pies mojados no se puede amar.

Te lanzas a la carrera por la desfigurada ciudad que creías conocer y ya no reconoces. Te lamentas de lo que el tiempo y la falta de dinero le han robado, dejándote huérfano de padre y madre, de hogar, de cobijo. De trazos de luz que iluminaban el mundo, y la vida. Y la sala. Y tu butaca. Y los cientos de huecos vacíos que no te hacen sentir solo sino en paz. Del calor de una colilla acurrucado en un sofá. Del cuero rojo y el café caliente. De las páginas de viejo, de amarillo. De tinta mezclada con cenizas, de trago largo y amargo. Y de la arena. Del frío del amanecer con bruma. Del cuerpo de mujer que tienta, y te arrastra y te lleva a zambullirte en aguas desnudas, que saben a sal y sexo. Y a promesas que no comprometen a nada. A la deriva de su cuerpo y el mío, que no se conocen y sin embrago se atraen; inevitablemente. Y pasa el engaño, el abandono y el odio. Y la bilis se la llevan las olas y yo duermo al sol de invierno oyendo un mar que no puedo ver.  Imagino que por cada vez que sangré bajo la carne hay un claro corte a flor de piel. Una herida supurante junto a una vieja cicatriz. Una estrella de hierro y pólvora con orificio de entrada y sin salida. Un cañonazo que se llevó tu brazo. Una esquirla que te dejó cojo. Un tajo que te dejó tuerto. Y el amasijo de carne y huesos son ya pieza de museo de artillería. Que es en este viejo tronco donde se han probado todas las armas del mundo. Y las sobreviví. Temblando. El sol se pone y no olvidemos que es invierno. O quizás Otoño. Por eso huele a castañas. También a marrón, a negro y amarillo. A tabaco de pipa. A sombrero de ala ancha y abrigo largo, que te hace desaparecer entre los conocidos anónimos. Gracias por no saludar. Por ese dese usted los buenos días y la sonrisa al otro lado de la barra del bar. Alcohol. Vino o cerveza, que decidan ellos. Los Inmortales. Los lánguidos cuerpos de los hombres excéntricamente bohemios, prematuramente jóvenes, desquiciantemente bellos, hermosamente inconscientes, sutilmente ilustres, despiadadamente tiernos, incombustiblemente ebrios, mortalmente fieles. Y canallas. Eternamente enamorados como yo. Conocedores del juego. Partidarios de la vida pese a todo lo demás. Incluso cuando el “demás” no es poco. Valientes hideputas amados como hermanos. Con ellos bebo, fumo y pierdo la razón. Y la lógica y el sinsentido y le abro el grifo al corazón. Y la boca me sabe a cobre. A óxido. A un tinto que no siempre sale bueno y a cenicero colectivo. Y como ya no hay sol, solo frío y sombras sobre negro y gris, me quedo. Renuncio al cuerpo y me hago un ovillo en una esquina del sofá con restos de mozzarella y un fuerte olor a ebrio. Que me acune el humo del templo de los santos cabrones y me permita hoy no soñar. Que me despierte mañana el calor filtrado de persiana y al sabor a desayuno sin preparar.