El café ya no te sabe, tampoco hueles
el perfume de mujer. Somática y órgano desgarrado. Irreconocible.
Tratas de bloquear ese día porque ese día lo cambió
absolutamente todo.
Estado de excepción: hombre enlatado y
cabestro, inválido, sin piernas, brazos rotos, labios rotos, los
pómulos y la vida. Ese día. Totalmente incapacitado. Miedo
de ahora en adelante amigo;
vértigo al abismo insondable.
Te han mandado a casa después de un
mes de convalecencia en el hospital. Te cura la mujer, fiel mujer
consumida. Te acurruca y lava. Pero ya no hueles su perfume y no le
haces el amor. Y el silencio se apodera de los dos ocupando cada
centímetro de la habitación. Temes arruinarle el tiempo, temes que
te intuya como un trozo de carne, temes mirarte al espejo y dar
cuenta de que el hombre que eras ha dejado de existir. Temes. Y te
niegas, y te afirmas y la miras pero ella ya no te mira. Sientes una
rabia que no se contenta con esperar encerrada. Te muerdes la lengua
y sangras. Le gritas y ella llora. Ahora te mira. Siempre,
dice, Siempre.
Han pasado cinco años y todavía
recuerdas aquella primera vez. La primera vez que le señalaste el
orinal con la cabeza. ¿Para esto o para lo otro?
te preguntó. Para lo otro,
le dijiste, sin creértelo del todo. Todavía recuerdas cómo se
acercó, delicada y tierna. Te bajó los pantalones y tú trataste de
resistirte pero tu cuerpo no respondía. Fue entonces. Fue entonces
cuando ocurrió el fenómeno de extrañamiento; transgrediste tu
propio cuerpo y contemplaste la escena como tercero, desde bien
arriba, amparado por la descorporeidad. Qué hombre, qué hombre tan
lamentable y penoso. No sentiste pena por él, tampoco compasión.
Aquel hombre que en su día levantó gigantes, que jugó a ser
héroe. Ahora es perro y mendigo, despojo. Carroña, ¡Eres carroña!
A la mierda
pensaste. A la mierda
con mi virilidad y con mi imagen. Soltaste
arsenal pestilente, negro. Era un excremento muy negro y compacto.
Olía a muerto. Imaginad una habitación en la que la tensión se
podría cortar, ya no con un cuchillo, con fibra incluso. Un hombre
reventado hasta la saciedad, un hombre joven, tendrá cuarenta a lo
sumo. Un hombre al que se le ha privado del tabú. Y su mujer. Su
mujer tiene que limpiarle la mierda del culo, ahora, a estas alturas.
¿Hasta qué punto la confianza es flexible? ¿Cómo describir la
imagen con palabras? ¿Regresión a la infancia perdida pero esta vez
dolorosamente consciente? Mamá.
Amor.
Este es el amor más puro.