jueves, 8 de marzo de 2012

Me presento.


Damas y caballeros, llegó el momento. Como de costumbre, escribiré alguna mierda de la que voy a sentirme orgulloso para ver (dentro de un tiempo) la bazofia que parí sin más compañía que una falsa inspiración (que encima hoy ni está) y divisando en el horizonte una serie de enigmas que se escapan al son de las olas en un mar de mediocridad navegado por  veleros sin velas ni timón. A saber, que lo sé, lo poco que cuesta dar una B de Berdad, Verdad?
Y cuánto me cuesta llenar esta hoja de palabras inútiles que de nada servirán. Para qué? entonces dirán... Para impregnarlas de aquello veraz y  soñar que aquél hombre que soñaba ser capaz renacía en aquellos versos que nunca morirán.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Llibertària

T'he vist a la segona fila, on t'agrada estar.

I com i quan ha plogut des de que ho vaig descobrir. Has recorregut mig món, i has après a reordenar-te l'equipatge,  a restructurar-te cada matí, i a reempendre el camí. Coses de la veterania.
Tindriem moltes coses per dir-nos, doncs no vivim en vides paral·leles, i molt tenim d'aprendre l'un de l'altre. 
Tots dos coneixem algun que altre mite, que hem desmitificat amb l'experiència, i d'altres que encara ens són llegenda. Avui però, potser per primer cop, he vingut apunt per l'ocasió i segur que, tan bé com tu, sóc conscient del que estem fent. No som els únics, ni els primers ni els últims.
Esperes que sonin els primers acords que et posen els pèls de punta, i t'arrepenges espectant amb el cap ben estirat, fins que s'apaguin els llums de la sala. Sentirem aquelles paraules que han perdut sentit amb el pas dels anys, i que no massa sovint entonem amb les tonalitats que els hi són pròpies. I és que de tant repetir-les, potser han perdut el sentit. Aquesta és la meva sensació, o potser serà perquè mai havia vingut apunt per a l'ocasió.

Les paraules, paraules són. Per tu, precisament aquestes han estat més que el guió de la teva vida, tal com ho han estat per molts. Fins ara no havia comprès la magnitud de la tragèdia, crua però alhora emocionant, perquè els mateixos himnes que van inspirar, que són els que ens han ensenyat, els que hem cantat alhora, t'inspiraran els anhels d'avui i demà, i qui sap si els ensenyarem l'endemà. Els mateixos que han cantat els que ens han precedit, i que ara només en tenim constància, serà els que transmetrem quan ens toqui, perquè el cicle continua, i sent part d'aquest, serà la petita aportació, encara que per tu, sempre hagi estat el teu guió de vida.

T'he vist a la segona fila, amb el puny enlaire, com t'agrada acabar. 

lunes, 5 de marzo de 2012

La mujer que contaba mis lunares

La mujer que contaba mis lunares

Café. El olor a grano molido se mezcla entre las sabanas con fragancia de mujer. Un sueño precioso al que pongo fin al advertir el inminente ruido del despertador. He amanecido quince minutos antes de lo previsto. Tras ponerme en pie y darme los buenos días en el cuarto de baño recorro la distancia, infinita al parecer esta mañana, que dista del espejo a la cocina. A la encimera. A esa amante fiel: La cafetera. Café. Huelo, luego existo. Los ojos la ven antes de entrar. Mis manos me preceden y se abalanzan sobre ella, lo que me cuesta un tropiezo con el cubo de la papelera. Ansioso, tomo la cucharilla y destapo el mágico cofre repleto de pepitas, que molidas y de un color inconfundible con el oro, resplandecen ante mis ojos como si el alba despuntase en su interior y no por la ventana. Tomo una dosis exagerada de su contenido, que vierto con cuidado en el vientre de esta fría italiana que sostengo con la zurda y que pronto hervirá de gozo, entregándome el néctar, la ambrosía… el agua. Me he olvidado el agua.
El tiempo se detiene y frena este despertar suicida. Me vuelvo hacia el fregadero y me dispongo a llenar, con sorprendente calma, las enaguas de mi amante… Pero ya no se cuanta agua verter. Una abominable escalofrío me recorre el cuerpo. Se ha apoderado de mi la vieja melancolía. Frío. Siento mucho frío, y de pronto intuyo que el café que estoy a punto de preparar no va a lograr que desaparezca. Pero aun así procedo. Los gestos, ahora automáticos y desapasionados, borrosos en mi percepción a lo largo de su ejecución, han puesto las cantidades justas de agua y café, cerrado la cafetera y encendido la vitrocerámica. ¿Cuánto tarda en hacerse el café? El estado de vistemia se prolonga unos instantes, que sabré que son segundos y no horas cuando el olor con el que amanecí regrese a mí. Una alucinación. Una falsa percepción de mi fino olfato que, al igual que su dueño, ya no sabe si lo que huele es el hoy o es el ayer. Pues cada noche se acuesta envuelto en la caricia de un perfume que no le es propio, maltratando el cuerpo con una alergia no visible y fustigando al recuerdo hasta quebrar en llanto. Y benditas sean esas lágrimas. Bienvenidas las flemas y todo cuanto tapona la nariz. Gracias a ellas, la caricia de mujer que arde en esas sábanas desaparece, y yo cierro los ojos y aguardo al amanecer.
Café. Lo huelo. Lo vierto. Lo vuelvo a oler. El calor de la taza no se corresponde con el de mis manos. Mis ojos flotan a la deriva en el oscuro mar del fono. Un trago. Corto, lo justo para recuperar a las víctimas del naufragio y ponerlos a salvo en dirección a la ventana. Entonces advierto lo que ya debería ser costumbre y, pese a todo, cada mañana me sorprende: El café es mucho mejor en mis recuerdos. En esos en que todo esta salpicado por notas de perfume femenino, donde un viejo Lobo despierta junto a alguien que ha pasado la noche lamiéndole las heridas. Esas que son el orgullo y la historia del animal y a las que nunca antes había dejado que se acercara nadie. Esa es la razón de que el Lobo amanezca todos los días quince minutos antes y para el despertador. Los necesita. Pues es entonces cuando se gira y contempla a su compañera; sin ser visto, sin sentirse observado a su vez por los curiosos ojos de ella. Una criatura fascinante ocupa un lugar de la cama que acostumbra a estar vacío. Su presencia durante la noche anterior hace que la estancia huela a sexo, a hermosa humanidad… A fragilidad. A tierna y sentenciada debilidad. No quiere que las primeras notas de una melodía rompan aquel silencio, prolongado compás que por si solo ya es obra maestra. Desea verla dormir. No es consciente mientras lo hace, pero lo primeros cinco minutos los dedica a ello. Luego se pone en pie y pasa frente al espejo, un viejo amigo que le devuelve una media sonrisa, que a diferencia de la que ha visto hoy, es franca. El Lobo se siente afortunado. Al llegar a la cocina preparará desayuno para dos y llenará hasta los topes la vieja cafetera. Y a la espera de la bebida con la que acompañarán al desayuno no se hace preguntas de respuesta inescrutable, no percibe el sol que ya despunta ni se inquieta por las horas venideras. Una mano ha empezado a recorrer su espalda. Cada vez que ésta se detiene y un dedo apunta una coordenada, unos labios se posan sobre su erizada piel y plantan un beso de infinita ternura. Parece el intento por trazar un mapa. Cruzando líneas con el vaivén de sus falanges y estampando cruces de imaginario carmín. Hay una galaxia entera escondida en la piel de este viejo Lobo. Por fortuna, va provista de brújula con la que orientarse.
Ese último pensamiento me enfrenta de nuevo al presente, a la mañana de este día y a mi taza de café. Al bajar la mirada veo la rosa de mi pecho y el lienzo sobre el que descansa. Parece esperar navegante capaz de hacerse a la mar. Un mar de estrellas en el que cada día descubro un astro nuevo, con el que complico la labor a toda marinera que pretenda a mi llegar. A toda soñadora que intente trazar un carta de navegación astral, elaborando el mapa de todas las constelaciones que contengo y a las que lograr ponerles nombre es sinónimo de conocer a la persona hasta los rincones más ocultos de su ser. Una certeza equiparable a que de una cafetera llena se obtiene el mejor café.
Quién sabe, quizá no exista mujer capaz de contar todos mis lunares.

sábado, 3 de marzo de 2012

La puta mierda que se le ocurre a algún desgraciado que se emborracha solo un sábado noche en la jodida Barcelona, lo sé, era imposible ser más explícito.

Acabo de vaciar la botella. Estoy ebrio. Esta noche pintaba solitaria, aunque la compañía de Gran Feudo crianza 2006 ha sido grata. Me lío un pitillo, esta vez es tabaco negro, por la mañana he entrado haciéndome el duro en el estanco y decidí cambiar la costumbre por la imagen de algo que no soy. Saboreo la pega del papel y encierro lo que será bocanada hasta rasgar el filtro. Me acerco al lavabo, con el cigarro sostenido entre los labios, aún apagado. Decido afeitarme, son las dos de la madrugada. Tengo el portátil a mano, a veces me pregunto por qué coño estará en el lavabo y no en la habitación. Saco el encendor del bolsillo, cabeceo y enciendo el pitillo, soy de aquellos que no se traga el humo a la primera calada, lo expulso con orgullo. Me miro y no me reconozco, saludo al reflejo del extraño: Are you talking to me? Consigo dar con el vaso  medio vacío a dos dedos de la cadena, es el último, intento saborearlo pero ya no es lo mismo, pierdo gusto por aburrimiento. Joder, suena Bohemian Rhapsody y vuelvo a ser yo, me miro y canto, me estoy cantando, soy consciente de que lo hago, mal, pero sonrío, ¿o es el otro el que sonríe? Abro el cajón sin delicadezas y saco la máquina de afeitar, es vieja y vibra. La acerco a la cara, acabo en dos minutos, ha sonado la canción pero quiero oírla de nuevo, pienso que es jodidamente perfecta para la ocasión. Me siento algo descolocado, así que decido liarme otro y seguir mirándome un poco más. A veces pienso que soy un narcisista, sobre todo con una botella de vino en el cuerpo. Creo que la vida es maravillosa, me convenzo de que es así y sonrío, de nuevo. Luego, desbocado, tengo ganas de llorar, no es extraño, encuentras mucha mierda si te pones a buscar. Decido controlarme y no llorar, aquél que me está mirando no lo permitiría, dejaría de ser el duro que se ha propuesto ser. Anyway the wind blows doesn't really matter to me.